La más maravillosa música

La más maravillosa música

Cercanos a un nuevo cumpleaños del Club Alvarado, este cuento anhela reflejar la esencia de una institución que es sinónimo de barriadas populares, de sueños compartidos, de bravía pasión en azul y blanco. Inmortal comunión futbolera con los afectos que ya no están, intérpretes de una música que regocija el alma cada vez que un toro azul escarba el planeta y se lanza victorioso a la contienda.

jueves, 18 de junio de 2020

a Juan Ithurrart

     

La noche cae como una daga y el frío congela los charcos de las veredas que delimitan una esquina que me resulta conocida. La luna hace foco sobre un paredón con la cara del Negro San Martín mientras algunos coches que circulan por la Avenida Jara, rumbo a Juan B Justo, iluminan la  rejuvenecida fachada del club. Visto una campera azul, un viejo jeans descolorido y un par de mocasines setentosos. Una ventisca helada apresura el paso de una parejita de novios que corren abrazados hasta la parada del colectivo. A los pocos minutos una garúa espanta a los últimos sobrevivientes de un domingo monótono y rutinario.

 

Sigiloso busco un sitio donde protegerme de la llovizna. Llevo un bolso blanco que pesa tanto como una desilusión amorosa. Estoy cansado, ansioso, preocupado. Me recuesto sobre una de las persianas de la fachada de la sede y una oportuna visera de hormigón es techo, abrigo. Un bravío toro azul reburdea del otro lado de la calle Peña. Su ronquido bajo y grave rompe el silencio para configurar una escena cinematográfica, digna de un cuento de ciencia ficción.

 

De repente, un tipo, un desconocido, se topa de improvisto con el paisaje y se sienta a mi lado. Me dice que hay poco tiempo. Tiene una gorra de lana que le cubre la cabeza hasta las orejas y un gamulán gris abotonado hasta el cuello. Fuma y desafiante me tira el humo a los ojos.

 

Da dos pitadas y recita de memoria una frase que parece extraída de una crónica periodística: – “Por fin los caminantes alcanzaron a tocar las estrellas que guiaron su camino Por fin, una noche, la más soñada, fue abrigo para miles de almas que padecen brutalmente la hostilidad del invierno marplatense. Por fin la clase obrera llegó al cielo, por fin las barriadas más humildes llegaron al paraíso”.

 Aquella figura terrenal, acaso, podría tener algunas respuestas que yo ignoraba. Ese fulano, con la apariencia de un metódico pastor evangélico pregonando parte de su biblia futbolera, era una mancha oscura en la inmensidad del tiempo, en la vastedad del espacio. Era como un espectro, una visión fantasmal dibujada con mano maestra por los pibes que pintan los trapos en la previa de un partido definitorio.

 

Buenas noches– me dijo  con voz de ultratumba

Levanté la mirada y moví levemente la frente para devolverle su saludo. Él, poco gentil agregó:

Ya le dije, tenemos muy poco tiempo. Traje un cuaderno Rivadavia de tapas duras y una birome Bic trazo fino. Cuente. Lo escucho. Anoto.

 

Su gesto adusto, su arrogancia y su desfachatada manera de afrontar la charla me animo. Y sin más prolegómenos, le conté…

 

Mire allí arriba las cosas se ven de otra manera. Todos estamos atentos a los afectos y recorremos la barriada como montados a un dron invisible que lo ve todo, o casi todo. Allí arriba poco importa la guita, lo material. Andamos, como canta el Nano Serrat, con lo puesto. Millonario solo es aquel que supo atesorar en su existencia un manojo de buenos recuerdos, un puñado de emociones fuertes, pasiones que sobreviven al paso del tiempo y por supuesto al mismísimo tiempo.

 

Si ustedes vieran lo que nosotros vemos, si advirtieran la desgarradora imagen de la desigualdad entre ricos y pobres. Para ser gráfico: imagine una cancha de fútbol con veinte tipos metidos en el área menor peleando por una pelota, a los codazos, a las piñas, tratando de ganar la posición, mientras uno, solo uno,  lejano e indiferente a lo que pasa más allá de la mitad del campo, espera un rebote o un despeje milagrero que le permita hacer el gol de campeonato. Avaro y antisolidario hombre de punta que ambiciona obtener un mérito deportivo injusto e inmerecido.  Bueno, si quiere, eso es el capitalismo salvaje.

 

Sabe, tampoco quiero abrumarlo con mi derrotero ideológico, vuelvo al fútbol. Cuando juega el Torito nos juntamos en el café “Puente Alvarado” con los pibes que fundaron el club, con los primeros jugadores, con los futbolistas que ganaban en los años 50 todos los campeonatos barriales, con algunos de los hinchas que festejaron pegados al alambre olímpico el ascenso en 1964. Atrás, en las mesas del fondo se ubican los que trabajaron de sol a sol para la construcción de la primera cancha en el predio delimitado por las calles Rodríguez Peña, Don Bosco, Primera Junta y Jara.

 

 

Los más fanáticos todavía creen que aquel asado popular, el de la  inauguración de nuestro primer escenario deportivo, marcó a fuego la esencia y la idiosincrasia del club. Porque Alvarado es sin lugar a dudas sinónimo de gente sencilla, de familias trabajadoras que aman incondicionalmente sus colores. Porque Alvarado fue, es y será símbolo y emblema de barriadas populares, de obreros que atesoran una pasión que corre tras una pelota. Un pueblo que aguantó, que aguanta y que aguantará lo que tenga que aguantar. Porque Alvarado, aunque suene muy trillado para muchos, es su gente.

 

Es más, si me apura, le digo que Alvarado es compañero. Hace poco lo escuché en la radio al presidente Wenceslao Méndez. El periodista buscando un título le preguntó, y  Wenchy fue concluyente: –Si señor, Alvarado es peronista”. 

 

Usted no sabe cómo lo disfrutaron aquí arriba el General, la Señora Eva, Discepolín, el Mono Gatica y Néstor. El General suele decir que en la Argentina todos son peronistas y por tanto conjetura que todos son de Alvarado. Quizás algunos no lo sepan, pero en el fondo todos son peronistas. Por supuesto que hay y habrá  hinchas de Kimberley, de Al Ver Verás, de Independiente, de Nación, de Peñarol, de San Lorenzo, de River, de Boca, de Vélez, de Atlanta, pero, insisto, en el  fondo todo son del Torito. Como en política, me dice. Hay radicales, socialistas, comunistas, liberales, derechosos, pero todos son justicialistas. Y algo de razón tiene el General. Qué se yo, pienso por ejemplo en el Ruso Daniel Katz y en Chucho Páez, fanas de Alva, radicales de formación, peronistas en la acción y en el pensamiento.

 

Si ya lo sé, no me mire de esa manera. Hay quienes se resisten más que otros. Le cuento que todos los sábados, después de la siesta, porque allá también se duerme la siesta, nos juntamos con un par de marineros para jugar al mus. Buena gente. Humildes obreros de la pesca que encontraron la muerte en una desvencijada lanchita amarilla. Una ola destruyó su barcaza y los confinó a naufragar largos días en las profundidades de un mar revoltoso. Ellos son hinchas del clásico rival, y con ellos apostamos al capricho de las barajas el resultado de un partido que hace muchos años, lamentablemente, no se juega. Ojala algún día, el menos pensado, el más cercano, se pueda vivir en paz una fiesta excepcional, con tribunas desbordantes de espectadores, con futbolistas que pongan desde la ganas hasta el intelecto, desde el talento hasta la última gota de sudor; pero en paz, eso… en paz.

 

Le confieso un secreto. Allí arriba cada grito de gol o cada celebración de campeonato retumba y se hace eco aquí abajo. No sé, por ejemplo, enumero de manera antojadiza: cuando obtuvimos  el título del 77´, cuando jugamos el mítico Nacional en el 78´, cuando el inmenso Pancho Rago le atajó el penal al Sapo Girardengo en el San Martín, cuando el Tato Vidal en Nación, en tiempo de descuento, metió un cabezazo que inmortalizó un grito de gol, cuando el Colo López empujó mansita  la pelota a la red y encabezó un mágico camino hacia la Primera Nacional; ahí estábamos nosotros. Ruidosos, quilomberos, desaforados, deslenguados, afiebrados, descontrolados. Es muy cómico porque los periodistas escribían en sus crónicas de lunes que habían percibido una “especie de movimiento sísmico” tras cada conquista, y en realidad éramos miles que en el café Puente Alvarado tirábamos a la mierda las mesas en cada festejo.

 

También debo sincerarme y admitir que en algunas ocasiones tuvimos que recurrir a un par de botellas de bebidas espirituosas que nos permitieron, al menos por unas horas, anestesiar broncas y tristezas, redimir penosas postales que nos lapidaron el alma. Como cuando Camoranesi lo quebró a Javier Pizzo, o cuando perdimos con Arsenal en el San Martín con un estadio colmado de hinchas, o cuando se murió el Látigo Benz, o cuando nos dejó para siempre el Negrito San Martín. Como cuando un par de trasnochados, ilusos y llenos de odio,  bombardearon la Plaza de Mayo para intentar erradicar de la faz de la tierra al movimiento popular y político más trascendente de América Latina.

 

Le revelo un secreto. El primer abrazo que percibe un hincha de Alvarado en un grito de gol,  es nuestro abrazo. Allí siempre llegamos puntuales para convertirnos en una mística caricia del alma. Nosotros, los y las que partimos a un cielo tan azul y blanco como nuestra camiseta. Es tan solo un segundo, un instante previo a la avalancha, al apretujón con el compañero de la popular, de la platea, del sillón del comedor, de la piecita de chapa. Es una sensación casi imperceptible, un cosquilleo eléctrico que cala hasta los huesos.

 

Yo le dije que nosotros tenemos una mirada casi privilegiada de cuanto pasa en la tierra. Ya le conté que somos como un dron que lo ve todo o casi todo. Me acuerdo que en el  partido final ante los tucumanos de San Jorge, el pibe Greco, el Pincha, puso una foto del Negro Salate en su telefonito y le escribió que deseaba que pudiera estar allí con él para vivir juntos ese momento único, irrepetible. Usted no sabe lo que lloraba el Negro, porque él estaba ahí, acompañándolo, guiándolo, atento, dispuesto para ser el primero en llegar y darle ese abrazo del alma que cala hasta los huesos.

A pocos metros de nuestro recinto predilecto, nuestro lugar de encuentro, una barrita de rosarinos copan la parada en El Cairo, un bodegón donde la música, la literatura, la política y el fútbol ofician como perfecta excusa para compartir un vermut con los parroquianos que llegan desde sitios inhóspitos y lejanos. La autotitulada “mesa de los galanes”, regenteada por Roberto Fontanarrosa y Alberto Olmedo, acapara la atención y la mirada de propios y extraños.

 

Ahí el Negro Fontanarrosa, fiel a su estilo, una tarde esgrimió una disparatada teoría sobre la cegadora belleza de las mujeres nacidas en Rosario: – “Arriesgo un par de explicaciones a tal fenómeno natural. Primero: la soja. Esta leguminosa es la base nutricia de la mujer rosarina, la que la hace más sólida, más maciza, más protuberante y más sabia. Segundo: la pendiente de la ciudad hacia la costa. Desde la época de las lavanderas, nuestras señoras han debido bajar hacia el río, descender hacia el Paraná por calles empinadas como Laprida o Rioja, lo que las obliga a echarse hacia atrás buscando el equilibrio, comprimiendo los glúteos, tensando los músculos del estómago y sacando pecho, para sostener, además, el canasto de ropa  sobre sus cabezas. Los resultados están a la vista, mis amigos, aunque no todos al alcance de la mano”.

 

El Gordo Soriano, quien estaba sentado en la barra  fumando un cigarro Montecristo, refutó sus argumentos y dueño de una certeza inquebrantable aseveró categóricamente que las minas más lindas son las de San Lorenzo. -“Bellas, intelectuales,  revolucionarias, cuervas”.

 

Uby Sacco, calificado y asiduo cliente del lugar, se sumó al debate y pidió un brindis por las pibas que juegan y jugaban al bowling en su querido Atlético Mar del Plata. -“Marplatenses, ganadoras, simpáticas, buenos gemelos, cuádriceps fibrosos,  caderas anchas, brazos firmes y mirada que enamora”.

 

Yo recuerdo que no pude con mi genio y entonces me paré arriba de una silla y mirando a los ojos a los contertulios alcé la voz y orgulloso enaltecí las virtudes de nuestras mujeres: -“Alvarado es un club que parece moverse  al ritmo de los hombres pero su historia  se sostiene gracias a la laboriosa tenacidad de todas y cada una de las chicas que a través de los años  levantaron los cimientos fundacionales de una institución familiar. Esposas, madres, novias, abuelas, hijas, hermanas, nietas, en fin mujeres  invencibles,  cojonudas.  Creo, estoy convencido,  que  las  columnas que sostienen la estructura  edilicia, afectiva y deportiva de Alvarado tienen las generosas y excitantes curvas de sus mujeres”. El flaquito Olmedo aplaudió de pie y pagó la vuelta para todos.

 

Otros admirados centralistas también forman parte de nuestra escenografía cotidiana. Osvaldo Bayer y el Che son los responsables de la organización de los picaditos celestiales. En la pisadita eligen a su turno a un grupo de fulanos que irradian a su paso un impostergable espíritu de libertad, independencia y dignidad humana. El padre Carlos Mugica, Salvador Allende, el Gringo Tosco, Fidel, el General, el Gallego Alfonsín, Néstor, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Rodolfo Walsh, los héroes  de Malvinas, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo  y treinta mil compañeros desparecidos  vistieron al menos una vez nuestra camiseta. Es que el Gordo Mangacha y el inefable Bruno Filieri administran y manejan el vestuario  local. El ex presidente  comprendió  de antemano que ellos, los nuestros, como tantos otros buenos compañeros de lucha, saben que las fiestas, que las batallas, y que las revoluciones si no se llevan adelante con la bravura de un toro, el resultado final quedará resumido a una triste y tragicómica comedia.

 

Ahora la luna se esconde detrás de una nube gris y la noche se asemeja a un pozo negro abandonado en la mitad de un campo arado. El bolso blanco resplandece refulgente a mi lado. Míreme, preste atención. Le explico.

 

Escuche bien, estas camisetas son un obsequio del General. Antes las mandábamos por correo con estampillas y todo. Lea. Ve aquí dice: “Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo”. No le miento, hasta tienen la firma de Perón, de puño y letra.

 

Solo le pido que se las alcance a Luis Ávila. ¿Lo conoce verdad? Acaso quien no conoce al Señor Luis, al Gordo Luis, al “inutilero”, cariñoso apodo que le puso su amigo Gustavo Noto. El Gordo es el dueño y el  patrón de la utilería del club. Si hace falta, Eva, su mamá, es la única que puede lavarlas a mano con jabón blanco en el piletón de su casa y después tenderlas al sol. Eva, claro, no podía llamarse de otra manera. ¡Me entiende porque le digo que Alvarado es peronista!  

 

Hay una muy particular. Es de piqué y tiene el número cuatro cocido en el dorsal. Está autografiada. Es para Facundo De Llano. Es un regalo especial del Negro San Martin. Él me pidió por favor que le agradeciera a Facundo su cariño, su compañía.

 

-“Fue como un hijo, me cuido hasta el último momento. Nunca podre agradecerle tanto afecto, dígale que lo quiero mucho y que lo extraño”.  Cuando me habló lagrimeaba y las lágrimas empaparon la camiseta, su camiseta, casi un tatuaje impregnado desde siempre en su piel.

 

Me gusta esta figura para describir el espíritu de nuestro querido club. Alvarado es afecto. Alvarado es la nobleza y el corazón de uno de sus ídolos más queridos y respetados. Alvarado es el temple y la valentía de un toro indomable dentro de una cancha, pero también es un abrazo fraternal para cuidar a sus seres amados.

Pronto va a amanecer. Debo partir. Me esperan en el Café de siempre. ¡Juéguele al 48 y escuche en la radio El show de los números con Juan Ithurrart! Ese muchacho sabe de quinielas, de peronismo y por supuesto de Alvarado. Eso sí, recuerde que allí arriba nosotros andamos con lo puesto, que la guita no vale, no tiene valor, cuando apostamos, apostamos recuerdos. Allí arriba los poderosos son aquellos que atesoraron en su  existencia utopías irrenunciables, los que comparten con otros una pasión terrenal que trasciende el paso del tiempo y al mismísimo tiempo. Somos miles de rostros, rostros de pueblo, y defendemos nuestra camiseta con la fuerza y la convicción que nos transmitió Don Jacinto Chiche Mirón.

 

Yo además soy un hombre afortunado, porque donde voy llevo grabado en mis oídos la más maravillosa música, que para mí, es la música del pueblo de Alvarado. 

 

El sol se despereza sobre el paredón que tiene el rostro del Negro San Martin. Los primeros coches recorren la Avenida Jara camino al centro. Una parejita de novios se jura amor eterno mientras esperan la llegada del colectivo. Un bravío toro azul aletarga su ronquido grave y despierta a los primeros habitantes de un barrio, puro pueblo, gente humilde, gente sencilla que festeja un nuevo cumpleaños de su querido Alvarado. Entonces, un primer abrazo se percibe como una mística caricia del alma, es un instante, un segundo, una sensación casi imperceptible, un cosquilleo eléctrico que cala hasta los huesos, una vez más…

 

Mario Giannotti

Agradecimientos:

Dibujo: Jorge Tesan

Fotos: Romina Roosé

 

Comentarios de los lectores

  1. Juan Ithurrart dice:

    Es la descripción perfecta de ALVA un Sentimiento… Gracias Mario x Tu generosidad… Nunca voy a olvidar este regalo … Gracias Compañero y Amigo….

  2. Dieguito dice:

    Hermosa narración!! Aguante alva

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