Rubén Paz, el Maradona uruguayo

Rubén Paz, el Maradona uruguayo

Desde estas líneas el recuerdo y el reconocimiento para el Maradona uruguayo, uno de los mejores ejecutantes de tiros libres de la historia. Un académico que fue profeta pelota al pie, un 10 que siempre hizo gala de una puntillosa maestría en el arte de la pegada en cuanto campo de juego visitó.

viernes, 21 de febrero de 2020

“Que el letrista no se olvide del aumento del boleto,

de agarrar la ventanilla y vivir la realidad”.

Washington Canario Luna

 

El epílogo deportivo de los años 70´ vio crecer en Sudamérica  la magia de dos zurdos que embelesaban con  sus prometedoras gambetas a todos los simpatizantes del planeta fútbol. Uno era el Pelusa de Fiorito, o simplemente Diego, quien alzaba la copa juvenil en Japón 1979 mientras  desparramaba rivales de cordón a cordón vistiendo la camiseta de Argentinos Juniors.

 

El otro estaba cruzando el charco, se llamaba Rubén Walter Paz.  Era un  gurí nacido en  el Departamento de Artigas que se había ganado un lugar en el podio de los mejores futbolistas de aquel emblemático torneo Sub -20 a la luz de los primeros  aplausos luciendo la 10 de Peñarol de Montevideo.

 

En 1980 el Flaco César Luis Menotti lo bautizó como el Maradona uruguayo y el botija hizo honor al apodo del entrenador argentino  jugando y haciendo jugar a la Celeste campeona de la Copa de Oro.

 

Luego del título continental en su país,  el crack oriental  emigró al Inter de Porto de Alegre donde fue figura  indiscutida hasta 1986. Años después, Andrés D´ Alessandro, confeso hincha de Racing, se calzó la diez de la Roja que supo utilizar su ídolo de la infancia y también enamoró a los torcedores que habitan las gradas del Beira Rio.

 

Cierta vez Rubén Paz,  amo y señor de la pelota parada, excelso ejecutor de tiros libres, reconoció “que si bien es un don el de la buena pegada, el trabajo constante, el sacrificio y la paciencia llevan a la perfección”. Paz recuerda con especial afecto al brasileño Dino Sani, quien fue su entrenador en Peñarol e Inter de Porto Alegre y lo ayudó mucho para pulir la técnica y  alcanzar una envidiable  precisión en los remates de corta y media distancia.

 

El uruguayo Rubén Paz, protagonista de lujo de esta crónica, pisó por primera vez la verde gramilla del Cilindro de Avellaneda en 1987, y a partir de allí comenzó a dictar cátedra partido tras partido.  En la Academia ganó la Supercopa Sudamericana y la Supercopa Interamericana. En 1988 fue elegido el mejor futbolista del continente americano y la figura excluyente del torneo argentino.

 

Los pibes que teníamos la responsabilidad de patear los tiros libres en nuestros modestos equipos barriales copiábamos la genialidad de aquel uruguayo que parecía infalible en la ejecución.

 

Los zurdos lo teníamos como referente obligado. Todos o casi todos repetíamos su ritual. Acomodábamos la pelota con parsimonia, espiábamos por encima de la barrera, retrocedíamos dos o tres pasos con la mirada fija en la redondita de cuero, “manos en jarra”, según narraban los pintorescos relatores radiofónicos ochentosos, y tras el pitazo del juez muy breve carrera para impactar la bola con el límite que dibujaban el empeine y  la cara interior del pie izquierdo. Luego carrera alocada, puño en alto  y grito de gol contra el alambre olímpico.

 

Los hinchas de la Academia lo adoptaron inmediatamente como a uno de sus ídolos predilectos. De su pie zurdo reverdecían las eternas ilusiones racinguistas de alcanzar por fin un nuevo campeonato en primera. En tanto, ante el clásico rival, un 11 de diciembre de 1988 improvisó un caño memorable para burlar al Moncho Pedro Damián Monzón, genialidad que le pudo costar una pierna si el áspero zaguero del Rojo no hubiera quedado patitieso, inmóvil, desorbitado ante el precioso recurso del diez de Racing.  Túnel que inmortalizó una mítica luz que eterna aún se proyecta sobre las sombras del Cilindro, memoria fotográfica de una definición memorable para un gol que abrió el marcador  en el triunfo 2 a 1 sobre Independiente.

 

Tras su paso virtuoso por Avellaneda se fue al Genoa Italiano. En 1990 regresó  a su amado Racing. Tuvo una breve estadía en 1995 en Godoy Cruz de Mendoza y finalmente  volvió a su tierra para retirarse en 2006 del fútbol profesional en el muy humilde Pirata Juniors artíguense.

Vale recordar que disputó dos mundiales. En 1986, ingresó en el segundo tiempo y descalabró la férrea y prolija defensa bilardista y a pura gambeta casi nos mete en lo que hubiera sido un muy difícil alargue clasificatorio. Cuatro años después sufrió y padeció Italia 90.

 

Desde estas líneas el recuerdo y el reconocimiento para el Maradona uruguayo, uno de los mejores ejecutantes de tiros libres de la historia. Un académico que fue profeta pelota al pie, un 10 que siempre hizo gala de una puntillosa maestría en el arte de la  pegada en cuanto campo de juego visitó.

 

Para el cierre, por supuesto no me olvido que Washington Canario Luna  fue, es y será la voz de los murgueros,  y por tanto quien escribe, este humilde letrista, “no se olvida del boleto, de agarrar la ventanilla, de vivir la realidad»  y de escribirle una prosa al botín zurdo del fantasista charrúa Rubén Paz, corazón celeste, celeste y blanco.

 

Mario Giannotti

 

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