Vuela un Pato y déjelo volar

Vuela un Pato y déjelo volar

Su vuelo es hacia el mismísimo rincón de las ánimas, hacia el ángulo imposible donde cuelgan algunas telarañas. Vuela el Pato y déjelo volar porque sus manos enguantadas todavía aprisionan aquel maravilloso tiempo de una infancia feliz, donde cada uno de nosotros andaba por la vida sin nada que olvidar, aprendiendo a volar.

jueves, 19 de septiembre de 2019

 a mi amigo Marcelo “Lelo” Rodríguez

 

“Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines

y una historia a quemar temblándome en la piel.

Sin nada que olvidar,

porque ayer aprendí a volar,

perdiendo el tiempo, mirando el mar”.

Joan Manuel Serrat

 

No hay caso, el axioma futbolero se reinventa atajada tras atajada. Pasan los años y los guapos habitantes de los arcos del potrero siguen ganándose los suspiros de las pibas más lindas del barrio. Inevitablemente vuelven a mi memoria ríspidos clásicos en Balcarce entre el Club Sportivo y Los Patos. Pleitos veraniegos donde poníamos en juego nuestro prestigio futbolístico, era la honra de los hijos de los laburantes contra la prepotencia monetaria de las familias más acomodadas del pueblo .Y por supuesto, invariablemente, en cada cruce, en cada entrevero, en cada encontronazo dejábamos la piel contra un verde seco y desparejo, siempre bajo las gratificantes miradas de las chicas más agraciadas, las más deseadas, algunas inalcanzables.

 

Excepto para él, nuestro arquero. Un carilindo que emulaba en cada gesto y en las pilchas al inmenso Ubaldo Matildo Fillol. Las pibas morían de amor por el rubiecito de ojos claros  que lucía una remera verde con un gigantesco número uno en sus dorsales. Lelo volaba y en su viaje hacia la gloria arrancaba en el público femenino suspiros y promesas de amor eterno.

 

Finales de los 70´. Los futboleros dividían aguas entre un Pato volador y un excéntrico Loco de vincha, medias caídas y buzo multicolor. La razón finalmente doblegó al sentimiento y el arquero campeón del mundo, para muchos el mejor portero de la historia de Sudamérica, ganó finalmente la pulseada en la elección popular.

Ubaldo Matildo Fillol nació un 21 de julio de 1950 en San Miguel del Monte, un pequeño pueblo que atraviesa la ruta 3, al sur de la provincia de Buenos Aires. Allí, en el barrio Coppola, Ubaldo, el hermano menor de los Fillol, jugaba casi siempre solo, dado que era una de las pocas familias que había en la cuadra. Su papá, Luis Damián, era empleado municipal. Junto con el Pato vivían también su mamá Celia Elisa y sus hermanas María del Carmen y Margarita.

 

Y solo aprendió su oficio, solo a puro reflejo enfrentó mil batallas. Solo espero la sentencia de los más brutales goleadores. Porque el arquero está casi siempre bajo las maderas de la horca, listo para su fusilamiento o para que sus manos enguantadas le cuelguen en el pecho un pasaporte directo y sin escalas a la idolatría. El fútbol es un juego grupal pero existe una verdad irrefutable: los goles se los hacen al equipo, pero los vencidos son los arqueros, ellos cargan con la culpa, ellos recorren el amargo camino que los conduce al fondo del arco para rescatar una pelota que los atravesó como una flecha envenenada.

Pero cuando la diosa fortuna se planta en las postrimerías de su área, el héroe solitario se transforma en un Dios que enceguece a los delanteros rivales, su figura acalla las gargantas afiebradas de propios y extraños que pronosticaban goles memorables. ¡Vuela el uno y déjelo volar!-  relataba desde el micrófono de Radio Rivadavia el marplatense Juan Carlos Morales.

 

Vuela el tiempo y con él, el arquero carilindo del equipo de mi infancia, vuela el tiempo y la redondita por fin descansa mansa y dócil en las manos enguantadas de un héroe de buzo verde con un gigantesco número uno en los dorsales.

 

Vuela el Pato y déjelo volar, porque su vuelo es hacia el mismísimo rincón de las ánimas, hacia el ángulo imposible donde cuelgan algunas telarañas. Vuela el Pato y déjelo volar porque sus manos enguantadas todavía aprisionan aquel maravilloso tiempo de una infancia feliz, donde cada uno de nosotros andaba por la vida sin nada que olvidar, aprendiendo a volar, perdiendo el tiempo, mirando el mar…

 

Mario Giannotti  

 

Comentarios de los lectores

  1. Silvio Mastronardi dice:

    Si. en todos lados había imitadores del Pato. Gracias por este maravillo recuerdo.

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