La vida, a veces, es una pelota pinchada

La vida, a veces, es una pelota pinchada

Entendí que en ciertos momentos de la vida algunos hombres solo tienen las monedas justas para el pan y la leche del día. Y que a pesar de ello, esgrimen gestos tan conmovedores, tan nobles como la gambeta de Diego a los ingleses.

viernes, 12 de julio de 2019

“La vida es una moneda,

quien la rebusca la tiene.

Ojo que hablo de monedas

y no de gruesos billetes”.

Fito Páez

 

Aún percibo el olor a madejas de lana y a bencina barata que emanaban de los pesados carros de las máquinas de tejer.  Recuerdo a mi viejo acomodando algunas agujas de una novedosa portátil Lady Wanora y a mi abuela corrigiendo los puntos de una prenda lista para planchar. Cercanos, en un club de barrio, una barra de pibes, de la cual soy parte, desanda sus horas en un apasionante torneo de arco a arco.

 

El persistente trajín de la pelota contra el mosaico del Club Boca aceleró la imagen desgarradora de un cuero vencido ante el roce obsceno de aquel piso hostil.

 

Porque la pelota soportaba estoica el chanfle traicionero, la caricia dócil de un empeine bochinesco, los tres dedos amenazantes, la comba que especula y espera hasta el último segundo para colarse en el primer ángulo; soporta el puntinazo grosero, pero efectivo, de los más pataduras. Pero el suelo desgarraba sin atenuantes la costura de nuestra amada número cinco.  Aquel mosaico rugoso domesticaba su corazón rebelde y le arrancaba gajos como confesiones.

 

Después de un picado signado por la paridad de los protagonistas del arco a arco, la pobre número 5 mostraba la desnudez de su cámara virgen que florecía  al contacto de un zapatillazo prometedor.

 

La explosión llegaba exacta y puntual como el futuro que vaticinaba la pluma de Mario Benedetti y con ella la muerte súbita del pleito.

 

Allí corríamos los pibes de la barra a los pobres bolsillos paternos para llevar a la práctica nuestro incipiente espíritu cooperativo. El Huevo Franco, el mayor del grupo, juntaba la guita. Todos debíamos aportar unas chirolas para la compra inmediata en Casa Drago de una pelota de oferta para proseguir el desafío futbolero.

 

Mi Papá, por entonces, trabajaba con mi tío en la empresa familiar, donde mi abuelo, como todo buen tano corrido por la guerra, administraba con sabia y pijotera contabilidad las ganancias de la tejeduría.

 

Fui hasta el tallercito del fondo donde mi viejo arreglaba el carro de una baqueteada máquina de tejer. Busque su complicidad y unas monedas para aportar a la causa. Eran tan sólo unas monedas. ¿Qué padre se puede negar al pedido? ¿Qué padre no tiene esas monedas?

 

Espere con ansiedad la respuesta. Discutimos. Como siempre dije cosas de las cuales muchas veces me arrepiento. Él se enojó. Me dijo que tenía lo justo para el pan y la leche del día.

 

No le creí. Maldije mi suerte y lo lastimé con un gesto insolente. Todavía me veo con mis siete años exigiendo el dinero, todavía atesoro su rostro, amalgama perfecta de bronca, angustia  y tristeza. Veo también,  a los pocos minutos, su puño que se abre generoso y las monedas que florecen en las palmas de su mano como la cámara de aquella pelota del arco a arco.

 

Muchos años después aprendí que algunas de las  frases que recitaban como latiguillos ejemplificadores nuestros padres, nos abofetearían el rostro a la vuelta de los años, cuando nosotros como papás, vivenciáramos experiencias cercanas.

 

Aprendí que en la vida como en una cancha nunca debemos confundir la realidad con un destino, es decir  no debemos confundir el tiempo presente con la eternidad. No creer que lo que es, es; porque siempre fue y por lo tanto será. Escribió alguna vez Eduardo Galeano: “Creo, humildemente, que es perfectamente posible cambiar las cosas y que las cosas, además, merecen ser cambiadas. La realidad es un desafío que nos invita a trascender el presente. La vida no tendría ningún sentido si no fuera por el derecho de soñar”.

     

Aquella vez, en el tallercito de mi viejo, entre madejas de lanas y máquinas de tejer, también entendí que en ciertos momentos de la vida algunos hombres solo tienen las monedas justas para el pan y la leche del día. Y que a pesar de ello, esgrimen gestos tan conmovedores, tan nobles como la gambeta de Diego a los ingleses, como el sacrificio de un cinco que los corre a todos, como la bravura de un zaguero que se juega la pierna en un cruce expeditivo ante un delantero hostil, como la valentía de un arquero que le pone la cara a un disparo que tiene un irremediable destino de gol, como el irrenunciable optimismo de un nueve que se juega el pellejo en soledad a pesar de un árbitro localista que siempre pita en favor del poderoso equipo rival de turno.

 

Mario Giannotti 

Comentarios de los lectores

  1. Jorge unzue dice:

    Muy bueno, muchos vez vivimos esas vivencias, incluida la pelota de trapo, hoy la realidad de la tecnología, nos quito el potrero o el picado en la calle !!!

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